
He leído con atención no exenta de emoción la carta que el hijo sacerdote de Tejero ha remitido a varios medios de comunicación.
¿Hasta cuándo vamos a estar escuchando las falacias que políticos y medios transmiten sobre el 23 de febrero?
Los militares que aquél día actuaron lo hicieron en nombre del Rey. Eso es un hecho indiscutible, que además no se ha puesto en duda por parte de ninguno de los investigadores del fallido golpe.
El borboneo es una estrategia que el Rey practica bien. Nunca da la cara directamente sino que utiliza a otros, de forma que si las cosas salen bien, su nombre aparece y la institución se refuerza, pero que si salen mal, su egregia figura queda a salvo.
Juan Carlos I sabe muy bien que su abuelo tuvo que abandonar España por que el borboneo le salió mal. Alfonso XIII apoyó abiertamente y encantado el Pronunciamiento del general Primo de Rivera. Vivió aquellos años dorados en los que se acabó con la Guerra de África, se inauguraron pantanos y carreteras, se mantuvo una paz social y se crearon los principios de la protección social. Pero al final, cuando la estela del general jerezano comenzó a apagarse, rápidamente se desvinculó de él. Esta deslealtad no la perdonaron ni los monárquicos, y acabó quedándose tan solo como él había dejado a su valido.
Juan Carlos I tuvo la gran suerte de contar en aquellos momentos con militares leales, con hombres de honor capaces de aguantar estoicamente años de cárcel con tal de no traicionar su juramento de fidelidad a la corona. Ni Tejero, ni Milans del Bosch eran Javier de la Rosa. Ellos se sentían traicionados por el Rey pero no estaban dispuestos a hacer lo mismo con él. Eran militares de honor y no empresarios sin escrúpulos. El problema, probablemente sea que el Rey no distingue de lealtades entre unos y otros.
Milans del Bosch se llevó sus secretos a la tumba y Tejero, además de pasar 15 años en la cárcel, guarda un leal silencio mientras sobre su persona caen todos los 23-F lluvías de infamia, que llegan a poner en duda su acreditado sentido del honor y del deber.
Probablemente si todo hubiese sucedido hoy, el Rey estaría disfrutando de un dorado exilio londinense al amparo de los favores de un cuñado que tiene muchos que devolver. Los altos Jefes de hoy ya no juran, prometen, algo que para un militar es como el infantil cruce de dedos por la espalda que se hacía cuando se juraba a los compañeros de juego algo que no pensabas cumplir.
Tejero pinta cuadros junto a su amado Mediterráneo mientras Armada cuida camelias en su retiro gallego. Guardan silencio, pero el silencio de Armada hace más sospechosa aún la actitud de la corona. Sería fácil para el anciano general hablar y destruir cualquier tipo de duda que vincule al Rey con la intentona de golpe del 23 de febrero, pero calla y su silencio habla.... y habla del elefante blanco y del domador que lo guiaba.